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Jerusalem



La obra del británico Jez Butterworth ha sido un éxito desde que se estrenó en 2009. Ahora llega a Madrid, tras pasar por el Grec, y empiezan a llover críticas muy positivas.

Jerusalem son casi tres horas en torno a un individuo que vive en una caravana en el bosque y monta juergas con jóvenes y otros personajes marginales, alcohol y drogas, que resultan excesivas. Por otra parte, el argumento es tramposo.

La magnífica interpretación de Pere Arquillué salva parte de la función.






El título de la obra procede de un himno inglés que se basa en un poema de William Blake y que, al principio de la función, nos canta un hada del bosque.

Johnny Byron, alias El Gallo, es un hombre de mediana edad que vive sin ataduras, al margen de la sociedad, del pueblo, en una caravana plantada en un bosque, en plena libertad y fuera de convencionalismos. Allí da cobijo a un grupo de jóvenes para que disfruten de su propia libertad, en una fiesta perpetua de droga, sexo y alcohol. Se reúnen y se cuentan historias como si estuvieran en torno a una hoguera, las típicas historias de alcohólicos que están más cargadas de fantasía, o mentiras, según se mire, que de relatos verídicos.

La situación entretiene un rato, el espectador a modo de voyeur observa sus diatribas. Los personajes no aportan mucho, son sus historias de juerga. Pasada la hora de gamberradas, disputas y cuentos, los párpados del espectador empiezan a pesar, por lo menos los míos: el aburrimiento llega.

Cuando he mencionado que la obra era tramposa me refería al concepto que ofrece de libertad: no hay nada detrás, sólo un borracho (padre irresponsable) que trafica con drogas y alcohol, porque de algo tiene que vivir ¿no?

Para reforzar la idea de libertad frente a la opresión, El Gallo tiene que hacer frente a una orden de desalojo: es un indeseable que los vecinos de las nuevas urbanizaciones quieren lejos.

La obra se decora o reviste de trascendencia para cubrir una idea tan simple en esencia. Florituras místicas con gigantes y hadas quedan bien como historias entretenidas pero no busquemos más.

Al final de la obra, con esa idea de dar profundidad a lo que vemos, asistimos al encuentro con su hijo al que obsequia consejos sobre la vida. Al Gallo le han dado una paliza poco antes y se encuentra todo ensangrentado: como lo que interesa es el mensaje, autor y director obvian que el niño debería interesarse por qué está su padre cubierto de sangre, en fin.


Pere Arquillué interpreta a ese excesivo personaje de forma brillante, poderoso, lleno de matices, con voz profunda. El resto de actores tienen papeles satélites que no permiten mucho desarrollo. Marc Rodríguez, como Ginger, resulta excesivo en algunas ocasiones, el típico "tronco" cargante de voz pastosa. Adrian Grösser, Lee, el personaje que se escapa del lugar y se marcha a Australia, defiende su papel con gran naturalidad.


Si la obra durase una hora, podría decir que la función resulta interesante; con casi tres horas, sobran, sobran y sobran escenas. Demasiados fuegos de artificio.


Texto: Jez Butterworth

Traducción: Cristina Genebat

Dirección: Julio Manrique

Intérpretes: Pere Arquillué, Chantal Aimée, Guillem Balart, Anna Castells, Adrian Grösser, David Olivares, Víctor Pi, Clara de Ramon, Albert Ribalta, Marc Rodríguez, Elena Tarrats, Pablo Carretero, Tomás Pérez y Robert Plugaru

Escenografía: Alejandro Andújar

Vestuario: Maria Armengol

Iluminación: Jaume Ventura

Espacio sonoro: Damien Bazin

Ayudante de dirección: Xavi Ricart

Producción: Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2019 Festival de Barcelona

Teatro: Valle-Inclán 22 de enero a 1 de marzo de 2020

Duración: 170 minutos



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