Amiga
Amiga es una obra que refleja las características habituales de la concepción dramatúrgica y de la dirección de Irina Kouberskaya, alma mater del teatro Tribueñe.
Amiga nos cuenta el encuentro de dos poetisas rusas, Marina Tsvetáyeva y Sofía Parnok. Una relación de amor y amistad entre dos almas gemelas que se asfixiaban en el convencional matrimonio y en las limitaciones que les imponía la sociedad. Dos mujeres llenas de sensibilidad, atormentadas, que el destino enlaza.
El sello de los montajes de Kouberskaya se caracteriza por una búsqueda de la belleza: movimiento de actores creando coreografías, iluminación de carácter intimista, la música, la utilización de algún elemento de atrezzo más allá de su aspecto funcional. En esta obra, además, se añaden las palabras poéticas de Marina Tsvetáyeva.
Pero ese delicado envoltorio, pleno de sensibilidad, no se suele acompañar de una dirección y una dramaturgia que nos haga cómplices de la historia y los personajes que vemos en escena.
La dirección carece de esa fuerza que debería emanar de la belleza buscada, incluso a veces se confunde sentimiento dramático con expresiones exageradas, a pleno pulmón (recuerdo esos gritos continuos en Bodas de sangre). Aquí se agradece que se limite ese recurso, parece que ha decidido, por fin, la contención. Pero la dirección escénica no consigue que lo contado alcance su máxima plenitud, que la profundidad del tema sobrepase la exposición; el continente prevalece sobre el contenido, el ser de los personajes ausente.
El texto de Amiga es pobre, escaso, no desarrolla la relación de amistad e intimidad, no vislumbramos el alma de sus personajes. Aceptemos la bella escena del primer encuentro en una fiesta de sociedad: la mímica en las conversaciones con los invitados, las miradas entre ellas, el acercamiento progresivo (escena sin palabras, no son precisas). Pero esa amistad, esa complicidad, ese amor, precisa algo más que miradas, caricias y palabras poéticas entresacadas de sus poesías. Por ausencia, ni un beso (y eso que se reivindica el amor más allá del heterosexual). Delicadeza no significa ausencia de fisicidad: es esa falta de garra en la dirección, que comentaba antes, transmutar las ideas en carne, podría decirse.
Destaca la excelente interpretación de Rocío Osuna con una mágica compenetración con la actriz Catarina de Azcárate. Gran parte de la representación depende de las miradas, los gestos, la simulación de diálogos y, las dos actrices, consiguen que vivamos esos instantes hipnotizados a pesar de la indiferencia que sentimos por sus personajes vacíos.
El elegante vestuario encaja con el ambiente social en el que vivían y, al mismo tiempo, embellece algunas coreografías de movimiento corporal.
La escenografía, como es habitual, es básica pero suficiente para acompañar a las escenas: unas sillas, tres espejos y algún objeto, como esas maletas que dan lugar a un bello juego escénico (aunque rompa el ritmo).
La música rusa crea una atmósfera complementaria, en la mayoría de las ocasiones adecuada, aunque a veces los finales estén desajustados o sea el volumen excesivo.
Amiga es una obra interesante que languidece y brilla por momentos. Una magia escénica que me deja huérfano.
Texto, dirección, escenografía, vestuario y coreografía: Irina Kouberskaya
Intérpretes: Rocío Osuna (María Tsvetáyeva), Catarina de Azcárate (Sofía Parnok)
Teatro: Tribueñe
Desde el 1 de noviembre de 2019
Duración: 90 minutos