Parque Lezama
Comedia amable y sencilla sobre dos ancianos que se encuentran en el parque Lezama de Buenos Aires. Dos personajes antagónicos, el huraño gruñón y el hablador imparable, el conformista y el rebelde. Lo mejor es el duelo interpretativo de dos grandes actores, lo peor es la banalidad decepcionante de gran parte de la obra.
En un banco del parque se sienta todos los días Antonio Cardoso con la intención de leer y disfrutar de un rato de tranquilidad pero, desde hace unas semanas, se sienta también León, otro anciano, con el ánimo de conversar. León es un narrador nato con grandes dotes de invención, le gusta fantasear y necesita a alguien que lo crea y lo escuche; ha buscado al interlocutor equivocado. Antonio intenta no hacerle caso, lo invita continuamente a irse de su banco, le llama mentiroso... aunque poco a poco se irá estableciendo un lazo de unión que llegará, como establecen los cánones, a la amistad.
Esas conversaciones entre los dos protagonistas son lo mejor de la obra, tienen algo de chispa aunque a veces se recurra a chistes facilones. Es lo mejor porque Eduardo Blanco y Luis Brandoni son dos grandes actores que crecen todavía más por la química que desprenden entre ellos.
Pero aquí acaba todo. La obra tiene una duración excesiva, aparecen otros personajes de nula entidad, se recurre a situaciones poco creíbles, las conversaciones resultan insípidas o inverosímiles. Resulta curioso que cuando el diálogo no transcurre entre los dos actores, la interpretación de Luis Brandoni pierde voltaje y, así, asistimos al texto banal sin brillo.
A nivel argumental, resulta forzado que todo ocurra en el parque. Resultará que un inquilino de la casa donde trabaja Antonio lo encontrará allí y le comentará que lo van a despedir. Para añadir más incongruencia a la situación, León se hará pasar por abogado y exigirá mejores condiciones de despido... Tampoco se resuelve bien el arco argumental del chulo y la jovencita, en la que los dos ancianos saldrán defensores haciéndose pasar por policías secretos (momentos de auténtico rubor). Y la larga conversación de León con su hija resulta aburrida y con triquiñuelas absurdas.
Es una comedia que busca enternecer partiendo del esquema de dos entrañables abuelos que no se llevan bien, con unas gotitas de humor, unas situaciones de peligro que refuerce el camino hacia la amistad y, al fin, que la rebeldía de uno transforme el carácter apocado del otro. Un producto comercial cargado de estereotipos que no sabe mantener el interés ante tanto desatino.
Para sacar adelante este proyecto, además de cambiar algunos diálogos y buscar una mayor verosimilitud, habría que situar alguna escena en otro contexto (no todo en el parque) y habría que resolver las escenas de acción de otra forma: no es lo mismo el rodaje de una agresión en cine que simularlo en teatro. Falla la dirección, resulta patético ver esos golpes en el escenario tan mal simulados, esas persecuciones y el trasnochado recurso de la "caída del telón" tras el momento de acción.
La primera obra dirigida por Juan José Campanella resulta decepcionante. Según comenta el director, esta obra cambió su vida cuando la vio en su juventud. Aunque la obra de Herb Gardner no vale, también es cierto que no es lo mismo dirigir cine que teatro (hace poco ocurrió con Saura y El coronel no tiene quien le escriba) y Campanella no ha sabido resolver los escollos ni en la adaptación ni en la dirección (o no los ha visto).
Por el momento nos quedarán sus obras maestras cinematográficas, El hijo de la novia y El secreto de sus ojos.
Texto: Herb Gardner
Dirección y adaptación: Juan José Campanella
Intérpretes: Luis Brandoni, Eduardo Blanco, Ana Belén Beas, José Emilio Vera, Martín Gervasoni, Luz Cipriota, Santiago Linari.
Escenografía y vestuario: Cecilia Monti
Ayudante de dirección: José Gómez Friha
Iluminación: Raúl Suarez-Martín
Producción: Grupo SMedia, El Tío Caracoles, Seda.
Teatro: Fígaro 28 de agosto de 2019 a 12 de enero de 2020
Duración: 120 minutos